El Amor, un Mini-Tratado – Parte 2 de 4

amor

En la primera parte de este artículo describo las razones por las cuales confundimos qué es el amor y nos perdemos de conocerlo realmente.

¿Cómo podemos reconocer que nos encontramos frente al amor?

Reconociendo el Amor

Su lenguaje se puede percibir como ciertos atisbos de consciencia, experiencias sutiles y a veces transpersonales, que nos hacen movernos en un camino de desarrollo personal: ya sea la experiencia de Samadhi (sensación de unión con todo, o la nada misma), la dicha de las actividades que conllevan una sensación de realización, o la inspiración conmovedora de ser testigos de ciertas virtudes representadas en alguna forma de arte (la generosidad, la humildad, o la valentía, por ejemplo). Ken Wilber se refiere a estas experiencias como “experiencias cumbre”, que nos dan una muestra de algo mucho mayor.

Empezamos a reconocer que el amor no es un logro, no es encapsulable, no es fijo, no es una idea o una forma, no es un tipo de relación. El amor es tanto, tantísimo más. El amor une. Es certeza, la vivencia de una verdad mayor, de una experiencia trascendental, no típica, no mecánica, y realmente extra-ordinaria. Es una fuerza viva, una consciencia en sí misma.

Estas experiencias que nos dan una muestra del camino están siempre a disposición. No hay momento en el cual no estén disponibles para ser accedidas.

De esta forma el amor cumple la función de faro, de guía siempre vacante para arrullarnos, cobijarnos y mostrarnos el camino, trayendo consigo paz, claridad e incluso gozo.

Y en este sentido el amor es inevitable e infalible. Como si fuera omnipresente, omnisciente y todo-poderoso. Representa una asistencia que no discrimina, que está siempre ahí para recibirnos, independiente de nuestras historias o características. Es universal.

Esto da cuenta de que todos los seres humanos somos capaces de evolucionar, o dicho de otra forma, que en todos nosotros existe el potencial de comulgar con el amor, de estar en unión. Reconocer esto es tener fe.

En algunas tradiciones budistas se hace referencia al concepto de “diez mundos” o estados de consciencia, desde el infierno hasta el estado de Buda, que están interconectados y conviviendo en cada momento. Desde este punto de vista, cada persona interpreta el momento desde un estado predominante, pero mantiene acceso potencial directo a un nivel de consciencia y de vivencia superior de forma constante.

La Necesidad de Trabajo

A partir de lo ya descrito en la primera parte de este artículo, podremos estar de acuerdo en que cualquier tipo de vivencia trascendental estable que podamos anhelar no se nos dará de forma mecánica, no sucederá por casualidad. Justamente lo contrario, requerirá de un trabajo consciente que exigirá toda nuestra voluntad a disposición.

E incluso así, si fuéramos tan bendecidos y afortunados como para encontrarnos con una Escuela que nos permitiera intentar un trabajo sobre sí apropiado, deberemos dejar de lado la expectativa de percibir cierta u otra experiencia, ya que ellas solo se presentan cuando no estamos identificados, cuando ya no las deseamos.

Un trabajo sobre sí, o de autoconocimiento, tiene como objetivo eliminar, disminuir y/o gestionar las manifestaciones erróneas o desajustadas que operan en nosotros, las ilusiones y los autoengaños. De esta forma, eventualmente, las identificaciones se relajan, disminuyen o simplemente se debilitan, permitiendo que la energía que antes estaba dispersa “afuera” pueda ser concentrada en sí, permitiendo una percepción más sutil de los fenómenos.

Es como si paso a paso, comenzáramos a comprender el lenguaje del amor.

Acercamientos Inesperados

Algunas veces recibimos ayuda externa al experimentar pérdidas significativas o cuando pasamos por situaciones tan dolorosas que nos hacen replantearnos los mismos fundamentos de nuestra existencia. En estos procesos nuestras identidades se ponen en jaque, es decir, nos encontramos ante la posibilidad de des-identificarnos de algunos roles o ideas. He aquí por qué ciertas experiencias muchas veces nos mueven lo suficiente como para acercarnos a nosotros mismos en un camino espiritual.

La gracia está en poder utilizar estas experiencias de forma fructífera mediante el estudio de las manifestaciones (sensaciones, emociones y pensamientos) que en nosotros generan.

Al conocerlas, al conocernos, comenzamos a traer luz a las sombras de nuestra psique, invitando a que el amor en nosotros pueda surgir. Esto es sinónimo de sanar.

Si realmente lo deseamos, podríamos encontrar este combustible en nuestro cotidiano, sin necesidad de choques o traumas muy fuertes, mediante un trabajo de Escuela. Reconocer en nosotros las identificaciones que ya están operando es más que suficiente para comenzar a trabajar.

Este artículo continúa en una tercera parte. Puedes encontrar el primer artículo de esta serie acá.